Eran las nueve de la mañana, Cuquita bajaba caminando desde su casa en la Tola hacia el mercado principal. Acompañada de Inés, la empleada de entonces, hacía resonar sus zapatitos de tacón recién comprados, tratando de escapar de la mano de su cuidadora. Estaba de un carácter insoportable y se empeñaba en demostrar su enojo con varios pucheros y quejas en las que reprochaba a su mamá el haberla obligado a hacer las compras, mientras sus hermanos se habían quedado en casa.
Le decían Cuquita en honor a las mil y un travesuras que hacía cuando tenía oportunidad. No llegaba a los 9 años pero se las había ingeniado para causar irregularidades en el horario de clases de la Escuela Nacional de Enfermería, en donde su mamá ejercía el cargo de directora. Esta proeza la realizó gracias a una serie de circunstancias que obligaron a Georgina a llevarla a su lugar de trabajo. Confiaba en que la niña se entretendría haciendo dibujos en un pedazo de papel con par de lápices que le había proporcionado, pero al poco rato se aburrió. Georgina decidió entonces dejarla jugar con la máquina de escribir, con tal de que la dejara terminar su trabajo. Siguiéndole la corriente y sin prestar atención debido a los múltiples documentos que debía revisar, firmaba las cartas que Cuquita le ponía enfrente, participando impacientemente en este juego obligado; no tenía el tiempo para que las correteadas de la niña o su constante vaivén entre la oficina y el patio la distrajeran.
Al poco rato, escuchó unos golpecitos en la puerta de su oficina: era un grupo de alumnas preguntando el motivo de los días libres que se les había otorgado. Al principio Georgina no entendió, por lo que las chicas le pidieron se acercara a la cartelera principal. Fue grande su sorpresa al descubrir no solo su firma, sino su sello personal, validando el siguiente documento:
POR ORDEN DE LA DIRECTORA GENERAL, SE SUSPENDERÁN LAS CLASES LOS DÍAS 12, 15, 18, 21, 23, 24 Y 25 DEL PRESENTE MES.
FIRMA
GEORGINA MORALES
DIRECTORA GENERAL
Al regresar a su oficina, Georgina encontró a la niña escondida debajo de su escritorio retorciéndose de la risa, de tal forma que ni el grito de reclamo que pegó, pudo impedir que el diablillo corriese al baño a descargar sus carcajadas.
La travesura provocó que la mitad de estudiantes faltasen al día siguiente, al no haber leído la contraorden que Georgina se apresuró a colocar en la cartelera, lo que creó una confusión que se tardaron varios días en aclarar.
Y mientras Georgina sentía una mezcla de vergüenza y de ganas de reír, (bien ocultas por supuesto pues no había que celebrar la travesura), sentenció a su hija 10 días de castigo realizando pequeñas labores domésticas, como ir por las compras al mercado.
Los colores de las frutas y los pequeños olores de la alfalfa, la cebolla y otros vegetales que las caseras promocionaban con sus voces agudas, tuvieron la capacidad de distraer a Cuquita de su enojo. Empezó a pasear entre los kiosquitos de maravillosa abundancia, mientras le provocaba comerse todo cuánto veía: naranjas jugosas, platanitos mosqueados y claudias tan maduras que parecían a punto de estallar ofreciendo su jugo a quien quisiera degustarlas.
Tan absorta estaba en la admiración de este micro universo, que no se dio cuenta de que a pocos pasos se encontraban tres indígenas descargando cuerpos de corderos, destinados al puesto de carnes. Dado que los animales habían sido bien alimentados y estaban bastante pesados, la metodología que empleaban para cargarlos era la siguiente:
agarraban al borrego por las patas y lo balanceaban un poco hasta que tuviesen la suficiente viada para impulsarlos a la altura de los hombros; entonces se lo colgaban alrededor del cuello y procedían a llevarlos a su destino.
Este proceso pasó desapercibido para Cuquita, quien estaba embelezada en un pequeño tesoro descubierto entre las frutas: alli, un gusano gigante se retorcía tratando de buscar alimento. Era perfecto para vengarse de su hermano mayor y la remordida de dedos que le ocasionó moretones por más de una semana; todavía le dolía la mano frente al recuerdo de aquel juego de Batman y Robin. El malvado Guasón acechaba Ciudad Gótica y los intrépidos superhéroes debían salvarla, con sus capas hechas de toallas y la ropa interior por fuera de los pantalones. Balanceándose en la Batipuerta de la habitación debían obtener el impulso necesario para llegar hasta su Batimóvil de cartón, al cual le habían untado mantequilla en la base para aumentar su velocidad al atravesar parquet del corredor principal de la Ciudad.
Normalmente a Cuquita siempre le tocaba el rol de Robin, en esta ocasión su hermano Jorge le había cedido el papel principal, no así su posición en el borde exterior de la Batipuerta, que era en donde más viada se agarraba. Lo que el antiguo Batman no le había dejado en claro, era que aquel que se encontrara en borde interno, debía soltarse antes de su compañero en el otro extremo, para que sus dedos no fuesen aplastados.
Tratando de seguirle el paso a su hermano y sin tomar en cuenta la posibilidad de lastimarse, Batman se aventuró intrépidamente en el aire pero nunca llegó al Batimóvil, sino que rodó por los suelos de la habitación gritando y lamentándose por sus Batidedos aplastados. Jorge no paró de reír hasta que los gritos alertaron a Georgina, quien le proporcionó un coscacho que sus espesa mata de churos negros no logró amortiguar. A pesar del castigo, Cuquita juró que se desquitaría.
Pensando en aplastar al gusanito en una rica papilla que daría de comer a su hermano, la niña no tuvo oportunidad de guardar las distancias ante el peligro de ser golpeada con uno de los corderos.
El hombrecillo en el mercado agarró al animal por las patas traseras y como un péndulo empezó a moverse de lado al lado. En el momento del impulso final para cargarlo, Cuquita dio vuelta para guardar al gusano en su bolsito pero en ese preciso instante, el rabo del cordero manchado se sangre y residuos de excremento rozó su boca abierta, dejando una estela de suciedad amarilla y sanguinolenta en la comisura de los labios y el cachete.
Cuquita no sabía cómo reaccionar, quedándose inmóvil por unos segundos. Finalmente, ante la risa de quienes presenciaron lo sucedido, con una mezcla de espanto y vergüenza, salió disparada hacia su casa mientras atravesaba el mercado entre llantos y exclamaciones: “Me dieron un borregaaaaaazoooooooo”.
jueves, 30 de abril de 2009
jueves, 9 de abril de 2009
Marie
Silencio.
Quiero moverme, no puedo, no tengo espacio.
Trato de respirar pero el aire se está acabando.
Grito, pero la tierra ahoga los sonidos.
Se reunieron a mi alrededor, vestían de negro, lloraban.
Dos de ellos se acercaron.
"Que Dios esté contigo" decían mientras ataban mis pies y mis manos, "que Dios está contigo", mientras vendaban mis ojos.
Me levantaron, me depositaron en una caja.
Palabras en Latín. El cura rezaba mientras rociaba agua bendita sobre mi cuerpo.
Luego se marcharon.
Por qué te vas Marie, por qué te vas?
Solo quedaron aquellos dos. Taparon la caja, la hundieron en la fosa y cualquier indicio del mundo exterior desapareció.
Temían mis pústulas sangrantes, el contagio. Me dieron una túnica negra y colgaron una campana a mi cuello.
Tilín, tilín, el leproso se acerca.
Una vez, me acerqué a su cama mientras dormía y le acaricié los cabellos. Me descubrieron, fue cuando me encerraron.
Todas las noches venía a dejarme un pedacito de pan y una tajada de queso. Todas las tardes me dejaba un vaso de vino.
Nunca se acercaba, eslizaba los alimentos a través de un hueco de la puerta, para luego marcharse en silencio.
Por qué me abandonas?
De vez en cuando oía que se acercaban a mi puerta y rezaban: "Dios mío, no lo castigues más, perdónalo con tu infinita misericordia, te ofrecemos nuestras plegarias... Padre Nuestro que estás en los Cielos..."
Distinguía la voz de Marie sobre las demás; ojalá la hubiera escuchado dirigirse a mí.
Llamaron al sacerdote. Vino a expulsar los demonios que habitaban en mi interior.
El olor putrefacto de mi carne descomponiéndose inundaba el cuartito de mi cautiverio; entró cubriéndose la nariz y la boca con un pañuelo.
Rezos, plegarias, agua bendita. Luego lanzó contra la pared un pedazo de barro con la forma de un demonio. El ritual había concluído.
Las llagas se hicieron más profundas.
La bruja Agatha entró cargando un canasto lleno de botellitas de colores y hierbas medicinales, una última esperanza: a su lado iba Marie.
Quedate conmigo Marie.
Mientras preparaban la mezcla en un caldero, repetían en coro na vieja fórmula antigua. Al finalizar, me dieron de beber, me supo amarga.
Con los días empecé a perder mis sentidos, casi no podía moverme, ver, oler, sentir, degustar, escuchar.
Casi no noté cuando cuando vinieron hasta mi cuarto y me llevaron al lugar del olvido.
Un último intento de grito. Ahora me quedo inmóvil.
Te veo venir Marie, te veo venir.
Quiero moverme, no puedo, no tengo espacio.
Trato de respirar pero el aire se está acabando.
Grito, pero la tierra ahoga los sonidos.
Se reunieron a mi alrededor, vestían de negro, lloraban.
Dos de ellos se acercaron.
"Que Dios esté contigo" decían mientras ataban mis pies y mis manos, "que Dios está contigo", mientras vendaban mis ojos.
Me levantaron, me depositaron en una caja.
Palabras en Latín. El cura rezaba mientras rociaba agua bendita sobre mi cuerpo.
Luego se marcharon.
Por qué te vas Marie, por qué te vas?
Solo quedaron aquellos dos. Taparon la caja, la hundieron en la fosa y cualquier indicio del mundo exterior desapareció.
Temían mis pústulas sangrantes, el contagio. Me dieron una túnica negra y colgaron una campana a mi cuello.
Tilín, tilín, el leproso se acerca.
Una vez, me acerqué a su cama mientras dormía y le acaricié los cabellos. Me descubrieron, fue cuando me encerraron.
Todas las noches venía a dejarme un pedacito de pan y una tajada de queso. Todas las tardes me dejaba un vaso de vino.
Nunca se acercaba, eslizaba los alimentos a través de un hueco de la puerta, para luego marcharse en silencio.
Por qué me abandonas?
De vez en cuando oía que se acercaban a mi puerta y rezaban: "Dios mío, no lo castigues más, perdónalo con tu infinita misericordia, te ofrecemos nuestras plegarias... Padre Nuestro que estás en los Cielos..."
Distinguía la voz de Marie sobre las demás; ojalá la hubiera escuchado dirigirse a mí.
Llamaron al sacerdote. Vino a expulsar los demonios que habitaban en mi interior.
El olor putrefacto de mi carne descomponiéndose inundaba el cuartito de mi cautiverio; entró cubriéndose la nariz y la boca con un pañuelo.
Rezos, plegarias, agua bendita. Luego lanzó contra la pared un pedazo de barro con la forma de un demonio. El ritual había concluído.
Las llagas se hicieron más profundas.
La bruja Agatha entró cargando un canasto lleno de botellitas de colores y hierbas medicinales, una última esperanza: a su lado iba Marie.
Quedate conmigo Marie.
Mientras preparaban la mezcla en un caldero, repetían en coro na vieja fórmula antigua. Al finalizar, me dieron de beber, me supo amarga.
Con los días empecé a perder mis sentidos, casi no podía moverme, ver, oler, sentir, degustar, escuchar.
Casi no noté cuando cuando vinieron hasta mi cuarto y me llevaron al lugar del olvido.
Un último intento de grito. Ahora me quedo inmóvil.
Te veo venir Marie, te veo venir.
Luciérnagas.
Silencio, Soledad
No sé en donde estoy, está todo muy oscuro.
No sé como llegué hasta aquí, solo recuerdo que escuchaba las voces llamándome.
Las vi desprenderse de las rocas y bailar formando un círculo luminoso, como si fuesen luciérnagas, mientras cantaban como niños, riendo, mirándome.
Un olor de amapolas, embriaguez.
Había oído hablar de ellas, eran como el canto de las sirenas.
Nilgün las persiguió toda su vida, arrastrándome por tierras extrañas y desérticas, en la constante búsqueda de lo intangible.
Muchas veces me dijo que quería apoderarse de las voces, pero yo creo que anhelaba que estas se apoderasen de ella.
Un día la encontré en el jardín, su piel de confundía con la capa de nieve que cubría la hierba, tenía los ojos cerrados, cantaba. El perfume que desprendía su cuerpo me sumía en una especie de letargo.
Al acercarme, noté que estaba desvaneciéndose; unos segundos después desapareció, me quedé solo con el eco de su voz resonando en el aire.
Un resplandor, una caricia.
Al poco tiempo la volví a ver, estaba escondida dentro de una roca. Alcancé a divisarla por un agujerito del cual me percaté mientras buscaba un lugar en donde reposar.
Grité su nombre hasta que no pude emitir el menor sonido, pero no salió y no dijo ni una palabra.
Antes de esfumarse extendió su pequeño brazo y puso algo en mi mano, era una luciérnaga.
No hay cuerpos, no hay peso.
Nunca creí en las voces, no hasta ese entonces; fue cuando empecé a rastrearlas. Vagaba como loco por el mundo, haciendo huecos en las piedras, invocándolas a todo pulmón, buscándola.
Cánticos, risas.
Hoy, su pista me ha traído hasta aquí.
No sé en donde estoy, todo está oscuro.
Solo hay un agujerito por donde poco a poco se van colando las luciérnagas.
No sé como llegué hasta aquí, solo recuerdo que escuchaba las voces llamándome.
Las vi desprenderse de las rocas y bailar formando un círculo luminoso, como si fuesen luciérnagas, mientras cantaban como niños, riendo, mirándome.
Un olor de amapolas, embriaguez.
Había oído hablar de ellas, eran como el canto de las sirenas.
Nilgün las persiguió toda su vida, arrastrándome por tierras extrañas y desérticas, en la constante búsqueda de lo intangible.
Muchas veces me dijo que quería apoderarse de las voces, pero yo creo que anhelaba que estas se apoderasen de ella.
Un día la encontré en el jardín, su piel de confundía con la capa de nieve que cubría la hierba, tenía los ojos cerrados, cantaba. El perfume que desprendía su cuerpo me sumía en una especie de letargo.
Al acercarme, noté que estaba desvaneciéndose; unos segundos después desapareció, me quedé solo con el eco de su voz resonando en el aire.
Un resplandor, una caricia.
Al poco tiempo la volví a ver, estaba escondida dentro de una roca. Alcancé a divisarla por un agujerito del cual me percaté mientras buscaba un lugar en donde reposar.
Grité su nombre hasta que no pude emitir el menor sonido, pero no salió y no dijo ni una palabra.
Antes de esfumarse extendió su pequeño brazo y puso algo en mi mano, era una luciérnaga.
No hay cuerpos, no hay peso.
Nunca creí en las voces, no hasta ese entonces; fue cuando empecé a rastrearlas. Vagaba como loco por el mundo, haciendo huecos en las piedras, invocándolas a todo pulmón, buscándola.
Cánticos, risas.
Hoy, su pista me ha traído hasta aquí.
No sé en donde estoy, todo está oscuro.
Solo hay un agujerito por donde poco a poco se van colando las luciérnagas.
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